miércoles, 19 de enero de 2011

                               EL VALOR LINGÜÍSTICO
LA LENGUA COMO PENSAMIENTO ORGANIZADO
EN LA MATERIA FÓNICA

     Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores puros, basta considerar los dos elementos que entran en juego en su funcionamiento: las ideas y los sonidos.
     Psicológicamente, hecha atracción de su expresión por medio de palabras, nuestro pensamiento no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han estado siempre de acuerdo en reconocer que, sin la ayuda de los signos, seriamos incapaces de distinguir dos ideas de manera clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es como una nebulosa donde nada está necesariamente delimitada. No hay ideas preestablecidas, y nada es distinto antes de la aparición de la lengua.
     Frente a este reino flotante, ¿ofrecen los sonidos por si mismos entidades circunscriptas de antemano? Tampoco. La substancia no es más fija ni más rígida; no es un molde a cuya forma el pensamiento deba acomodarse necesariamente, sino una materia plástica que divide a su vez en partes distintas para suministrar los significantes que el pensamiento necesita. Podemos, pues representar el hecho lingüístico en su conjunto, es decir, la lengua, como una serie de subdivisiones  contiguas marcadas a la vez sobre el plano indefinido de las ideas confusas y sobre el no menos indeterminado de los sonidos.
      El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico material para la expresión de las ideas; sino el de servir de intermediaria entre el pensamiento y el sonido, en condiciones tales que su unión lleva necesariamente al deslindamiento recíprocos de unidades. El pensamiento, caótico por naturaleza se ve forzado a precisarse al descomponerse. No hay, pues, ni materialización de los pensamientos, ni espiritualización de los sonidos, sino que se trata de ese hecho en cierta manera misterioso: que el “pensamiento-sonido” implica divisiones y que la lengua elabora sus unidades al constituirse entre dos masas amorfas.
     Imaginémonos al aire en contacto con una capa de agua: si cambia la presión atmosférica, la superficie del agua se descompone en unas series de divisiones, esto es, de ondas; esas ondulaciones darán una idea de la unión y, por así decirlo, de la ensambladura del pensamiento con la materia fónica.
     Se podrá llamar a la lengua el dominio de las articulaciones, cada término lingüístico es un miembro, un artículo donde se fija una idea a un sonido y donde un sonido se hace el signo de una idea.
     La lengua es también comparable a una hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el sonido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el otro; así tampoco en la lengua se podría aislar el sonido del pensamiento, ni el pensamiento del sonido; a tal separación solo se llegaría por una abstracción y el resultado sería hacer psicología pura o fonología pura.
     La lingüística trabaja, pues, en el terreno limítrofe donde los elementos de dos órdenes se combinan; esta combinación produce una forma, no una sustancia.
Estas miras hacen comprender mejor el arbitrario del signo. No solamente son confusos y amorfos los dos dominios  enlazados por el hecho lingüístico, sino que la elección que se decide por tal porción acústica para tal idea es perfectamente arbitraria. Si no fuera éste el caso, la noción de valor perdería algo de su carácter, ya que contendría un elemento impuesto desde fuera. Pero de hecho los valores singuen siendo enteramente relativos, y por eso el lazo entre la idea y el sonido es radicalmente arbitrario.
     A su vez lo arbitrario del signo nos hace comprender mejor por qué el hecho social es el único que puede crear un sistema lingüístico. La colectividad es necesaria para establecer valores cuya única razón de ser esta en el uso y en el consenso generales; el individuo por si solo es incapaz de fijar ninguno.
     Además, la idea de valor. Así determinada nos muestra cuán ilusorio es considerar un término sencillamente como la unión de cierto concepto, Definirlo así seria aislarlo del sistema del que forma parte; seria creer que se puede comenzar por los términos y construir el sistema haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de la totalidad solidaria para obtener por análisis que encierra.
     Para desarrollar esta tesis nos pondremos sucesivamente en el punto de vista del significado concepto (& 2), en el del significante (& 3), y en el signo total (& 4).
     No pudiendo captar directamente las entidades concretas o unidades de la lengua, operamos sobre las palabras. Las palabras sin recubrir exactamente la definición de la unidad lingüística, por lo menos dan de ella una idea aproximada que tiene la ventaja de ser concreta; las tomaremos, pues, como muestras equivalentes de los términos reales de un sistema sincrónico, y los principios obtenidos a propósito de las palabras serán validos para las entidades en general.

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