jueves, 20 de enero de 2011

EL VALOR LINGÜÍSTICO CONSIDERADO
EN SU ASPECTO CONCEPTUAL
     Cuando se habla del valor de una palabra, se piensa generalmente, y sobre todo, en la propiedad que tiene la palabra de representar una idea, y, en efecto, ése es uno de los aspectos del valor lingüístico. Pero si fuera así, ¿en qué se diferenciaría el valor de lo que se llama significación? ¿Serian sinónimas estas dos palabras? No lo creemos, aunque sea fácil la confusión, sobre todo porque está provocada menos por la analogía de los términos de la delicadeza de la distinción que señalan.
     El valor, tomado en su aspecto conceptual, es sin duda un elemento de la significación, y es muy difícil saber cómo se distingue la significación a pesar de estar bajo su dependencia.
     Sin embargo, es necesario poner en claro esta cuestión so pena de reducir la lengua a una simple nomenclatura. Todo queda entre la imagen auditiva y el concepto, en los límites de la palabra considerada como un dominio cerrado, existente por sí mismo.
      Puesto que la lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde el valor de cada uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros.
     Para responder a esta cuestión, consignemos primero que, incluso fuera de la lengua, todos los valores parecen regidos por ese principio paradójico. Los valores están siempre constituidos.
1º, por una cosa desemejante susceptible de ser trocadas por otra cuyo valor está por determinar;
2º, por cosa similares que se puedan separar con aquella cuyo valor está por ver.
     Estos dos factores son necesarios para la existencia de un valor. Así, para determinar lo que vale una moneda de cinco francos hay que saber: 1º, que se la puede trocar por una cantidad determinada de una cosa diferente, por ejemplo, del pan; 2º, que se la puede comparar con un valor similar del mismo sistema, por ejemplo, una moneda de un franco, con una moneda de otro sistema (un dólar, etc.). Del mismo modo una palabra puede trocarse por algo desemejante: una idea; además puede compararse con otra cosa de la misma naturaleza: otra palabra. Su valor, pues, no estará fijado mientras nos limitemos a consignar que se puede “trocar” por tal o cual concepto, es decir, que tiene tal o cual significación; hace falta además compararla con los valores similares, con las otras palabras que se le pueden oponer. Su contenido no está verdaderamente determinado más que por el concurso de lo que existe fuera de ella. Como la palabra forma parte de un sistema, esta revestida, no solo de una significación, sino también, y sobre todo, de un valor, lo cual es cosa muy diferente.
     Algunos ejemplos mostraran que es así como efectivamente sucede. El español carnero o el francés mouton pueden tener la misma significación que el inglés sheep, pero no el mismo valor, y eso por varias razones, en particular porque el hablar de una porción de comida ya cocinada y servida en a la mesa, el inglés dice mutton y no sheep. La diferencia de valor entre sheep y mouton o carnero consiste en que sheep tiene junto a sí un segundo término, lo cual no sucede con la palabra francesa ni con la española.
     Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se limitan recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tener miedo, no tienen valor propio mas que por su oposición; si recelar no existiera, todo su contenido iría a sus concurrentes. Al revés hay términos que se enriquecen por contacto con otros; por ejemplo, el elemento nuevo introducido en el uso argentino de latente (“un entusiasmo latente”) resulta de su coexistencia con latir (“un corazón latiente”). Así el valor de todo término está determinado por lo que lo rodea; ni siquiera de la palabra que significa ‘sol’ se puede fijar inmediatamente si no se considera lo que la rodea; lenguas hay en las que es imposible decir “sentarse al sol”.
      Lo que hemos dicho de las palabras se aplica a todo término de la lengua. Por ejemplo, a las entidades gramaticales. Así, el valor de un plural español o francés no coincide del todo con el de un plural sánscrito, aunque la mayoría de las veces la significación sea idéntica: es que el que el sánscrito posee tres números en lugar de dos (mis ojos, mis orejas, mis brazos, mis piernas, etc., estarían en dual); seria inexacto atribuir el mismo valor al plural en sánscrito y en español o francés, porque el sánscrito no puede emplear el plural en todos los casos donde es regular en español o en francés; su valor depende, pues, verdaderamente de lo que está fuera y alrededor de él.
     Si las palabras estuvieran encargadas de representar conceptos dados de antemano, cada uno de ello tendría, de lengua a lengua, correspondencias exactas para el sentido; pero no es así. El francés dice louer (une maíson) y el español alquilar; indiferentemente por tomar o dar en alquiler, mientras el alemán emplea dos términos: mieten y viermieten; no hay, pues, correspondencia exacta de valores. Los verbos schätzen y arteilen presentan un conjunto de significaciones que corresponden a bultos a las palabras francesas estimer  y juger, (estimar y jugar). Sin embargo, en varios puntos esta correspondencia falla.
     La flexión ofrece ejemplos particularmente notables. La distinción de los tiempos, que no es tan familiar; es extraña a ciertas lenguas; el hebreo ni siquiera conoce la distinción, tan fundamental, entre el pasado, el presente y el futuro: cuando se dice que lo expresan con el presente, se habla impropiamente, pues el valor de un presente no es idéntico en un germánico y en las lenguas que tienen un futuro junto al presente. Las lenguas eslavas distinguen regularmente dos aspectos del verbo: el perfectivo representa la acción en su totalidad como un punto fuera de todo desarrollarse; el imperfectivo la muestra en su desarrollo y en la línea del tiempo. Estas categoría presentan dificultades para un francés o para un español porque sus lenguas las ignoran: si estuvieran predeterminadas, no sería así. En todos estos casos, pues, sorprendemos en lugar de ideas dadas de antemano, valores que emanan del sistema. Cuando se dice que los valores corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferenciales, definidos no positivamente por su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros términos del sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que otros no son.
     Así quiere decir que en español un concepto ‘juzgar’ está unido a la imagen acústica juzgar; en una palabra simboliza la significación; pero bien entendido que ese concepto nada tiene de inicial, que no es más que un valor determinado por su relación con los otros valores similares, y que sin ellos la significación no existiría. Cuando se afirma simplemente que una palabra significa tal cosa. Cuando se atiene a la asociación de la imagen acústica con el concepto, se hace una operación que puede en cierta medida ser exacta y dar una idea de la realidad; pero de ningún modo se expresa el hecho lingüístico en su esencia y en su amplitud.  

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