lunes, 24 de enero de 2011

EL SIGNO CONSIDERADO EN SU TOTALIDAD

EL SIGNO CONSIDERADO EN SU TOTALIDAD

        Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que diferencias. Todavía más: una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece, pero en la lengua solo hay diferencia sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el significado, la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes  al sistema linguistico, sino solamente diferencias conceptuales  y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que de idea o de materia fónica hay en un signo importa menos que lo que lo que hay a su alrededor en los otros signos. La prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con solo el hecho de que tal otro signo vecino haya sufrido una transformación.
     Pero decir que en la lengua todo es negativo solo es verdad en cuanto a significante y al significado tomados aparte: en cuanto consideramos el signo en su totalidad, nos hallamos ante una cosa positiva en su orden. Un sistema es una serie de diferencias de sonidos combinados con una serie de diferencias de ideas; pero este enfrentamiento de cierto número de signos acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del pensamiento engendra un sistema de valores; y este sistema es lo que constituye el lazo afectivo entre los elementos fónicos y psíquicos en el interior de cada signo. Aunque el significante y el significado, tomado cada uno aparte sean puramente negativos y diferenciales, su combinación es un hecho positivo; hasta es la única especie de hechos que importa la lengua,
Puesto que lo propio de la institución lingüística es justamente el mantener el paralelismo entre eso dos órdenes de diferencia.
     Ciertos hechos diacrónicos son muy característicos a este respecto: son los innumerables casos en que la alteración del significante acarrea la alteración de la idea, y donde se ve que en principio que la suma de las ideas distinguidas corresponde a la suma de los signos distintivos. Cuando dos términos se confunden por alteración fonética (por ejemplo, décrépit = decrepitus y décreépi de crispus), las ideas tenderán a confundirse también por poco que se presten a ello. Se diferencia un término por ejemplo chaise y chaire (dos variantes fonéticas de una misma palabra ‘silla’, del latín cathedra), infaliblemente la diferencia resultante tendera a hacerse significativa, por ejemplo, (en español conciencia y consciencia, cuyo significados se polarizan respectivamente en el terreno moral y en el coguoscitivo). Sin conseguirlo ni siempre ni en el primer intento. Inversamente, toda diferencia ideal percibida por el espíritu tiende a expresarse por significantes distintos, y dos ideas que el  espíritu deja de distinguir tienden a confundirse en el mismo significante.
     Cuando se comparan los signos entre sí – términos positivos-, ya que no se puede hablar de diferencia; la expresión seria impropia, puesto que no se aplica bien más que a la comparación de dos imágenes acústicas, por ejemplo padre y madre, o a la de las dos ideas, por ejemplo la idea ‘padre’ y la idea ‘madre’ dos signo que comportan un significado y un significante no son diferentes, solo son distintos. Entre ellos no hay más que oposición. Todo el mecanismo del lenguaje, de que se leeremos luego, se basa en oposiciones de este género y en las diferencias fónicas y conceptuales que implican.
     Lo que en verdad respecto al valor lo es también respecto a la unidad.
En un fragmento de la cadena hablada correspondiente a cierto concepto; uno y otro son de naturaleza puramente diferencial. Aplicado a la unidad, el principio, de diferenciación se puede formular así: los caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma. En la lengua, como en todo sistema semiológico, lo que distingue a un signo es todo lo que lo constituye. La diferencia es lo que hace la característica, como hace el valor y la unidad.
     Otra consecuencia, bien paradójica, de este mismo principio: lo que comúnmente se llama “un hecho de gramática” responde en último análisis a la definición de la unidad, porque expresa siempre  una oposición de términos; solo que esta oposición resulta particularmente significativa, por ejemplo la formación del plural alemán del tipo Nacht. Nächte. Cada uno de los términos enfrentados en el hecho gramatical (el singular sin metafonía y sin –e final, opuesto al plural con metafonía y con –e) está constituido por todo un juego de oposiciones en el seno del sistema; tomados aisladamente, ni Nacht ni Nächte son nada: luego todo es oposición. Dicho de otro modo se puede expresar la relación Nacht: Nächte con una formula algebraica a/b, donde a y b no son términos simples, sino que resulta cada uno de un conjunto de conexiones. La lengua, por decirlo así es un algebra que no tuviera más que términos complejos. Entre las oposiciones que abarca hay unas más significativas que otras; pero unidad y “hecho de gramática” no son más que nombres diferentes para designar aspectos diversos de un mismo hecho general: el juego de oposiciones lingüísticas. Tan cierto es esto, que se podría muy bien abordar el problema de las unidades comenzando por los hechos de gramática. Planteando una oposición como Nacht: Nächte, por ejemplo, nos preguntaríamos cuales son las unidades puestas en juego en esta oposición. ¿Son únicamente estas dos palabras o la serie entera de palabras análogas? ¿O bien a y ä ¿ ¿O todos los plurales y todos los singulares? etc.
     Unidad y hechos de gramáticas no se confundirían si los signos lingüísticos estuvieran constituidos por algo más que por diferencias. Pero siendo la lengua como es, de cualquier lado que se la mire no se encontrara cosa más simple: en todas partes y siempre este mismo equilibrio complejo de términos que se condicionan recíprocamente. Dicho de otro modo la lengua es una forma y no una sustancia.
Nunca nos percataremos bastante de esta verdad, porque todos los errores de nuestra terminología, todas las maneras incorrectas de designar las cosas de la lengua provienen de esa involuntaria suposición de que hay una sustancia en el fenómeno lingüístico.
            

No hay comentarios:

Publicar un comentario