lunes, 24 de enero de 2011

EL SIGNO CONSIDERADO EN SU TOTALIDAD

EL SIGNO CONSIDERADO EN SU TOTALIDAD

        Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que diferencias. Todavía más: una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece, pero en la lengua solo hay diferencia sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el significado, la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes  al sistema linguistico, sino solamente diferencias conceptuales  y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que de idea o de materia fónica hay en un signo importa menos que lo que lo que hay a su alrededor en los otros signos. La prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con solo el hecho de que tal otro signo vecino haya sufrido una transformación.
     Pero decir que en la lengua todo es negativo solo es verdad en cuanto a significante y al significado tomados aparte: en cuanto consideramos el signo en su totalidad, nos hallamos ante una cosa positiva en su orden. Un sistema es una serie de diferencias de sonidos combinados con una serie de diferencias de ideas; pero este enfrentamiento de cierto número de signos acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del pensamiento engendra un sistema de valores; y este sistema es lo que constituye el lazo afectivo entre los elementos fónicos y psíquicos en el interior de cada signo. Aunque el significante y el significado, tomado cada uno aparte sean puramente negativos y diferenciales, su combinación es un hecho positivo; hasta es la única especie de hechos que importa la lengua,
Puesto que lo propio de la institución lingüística es justamente el mantener el paralelismo entre eso dos órdenes de diferencia.
     Ciertos hechos diacrónicos son muy característicos a este respecto: son los innumerables casos en que la alteración del significante acarrea la alteración de la idea, y donde se ve que en principio que la suma de las ideas distinguidas corresponde a la suma de los signos distintivos. Cuando dos términos se confunden por alteración fonética (por ejemplo, décrépit = decrepitus y décreépi de crispus), las ideas tenderán a confundirse también por poco que se presten a ello. Se diferencia un término por ejemplo chaise y chaire (dos variantes fonéticas de una misma palabra ‘silla’, del latín cathedra), infaliblemente la diferencia resultante tendera a hacerse significativa, por ejemplo, (en español conciencia y consciencia, cuyo significados se polarizan respectivamente en el terreno moral y en el coguoscitivo). Sin conseguirlo ni siempre ni en el primer intento. Inversamente, toda diferencia ideal percibida por el espíritu tiende a expresarse por significantes distintos, y dos ideas que el  espíritu deja de distinguir tienden a confundirse en el mismo significante.
     Cuando se comparan los signos entre sí – términos positivos-, ya que no se puede hablar de diferencia; la expresión seria impropia, puesto que no se aplica bien más que a la comparación de dos imágenes acústicas, por ejemplo padre y madre, o a la de las dos ideas, por ejemplo la idea ‘padre’ y la idea ‘madre’ dos signo que comportan un significado y un significante no son diferentes, solo son distintos. Entre ellos no hay más que oposición. Todo el mecanismo del lenguaje, de que se leeremos luego, se basa en oposiciones de este género y en las diferencias fónicas y conceptuales que implican.
     Lo que en verdad respecto al valor lo es también respecto a la unidad.
En un fragmento de la cadena hablada correspondiente a cierto concepto; uno y otro son de naturaleza puramente diferencial. Aplicado a la unidad, el principio, de diferenciación se puede formular así: los caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma. En la lengua, como en todo sistema semiológico, lo que distingue a un signo es todo lo que lo constituye. La diferencia es lo que hace la característica, como hace el valor y la unidad.
     Otra consecuencia, bien paradójica, de este mismo principio: lo que comúnmente se llama “un hecho de gramática” responde en último análisis a la definición de la unidad, porque expresa siempre  una oposición de términos; solo que esta oposición resulta particularmente significativa, por ejemplo la formación del plural alemán del tipo Nacht. Nächte. Cada uno de los términos enfrentados en el hecho gramatical (el singular sin metafonía y sin –e final, opuesto al plural con metafonía y con –e) está constituido por todo un juego de oposiciones en el seno del sistema; tomados aisladamente, ni Nacht ni Nächte son nada: luego todo es oposición. Dicho de otro modo se puede expresar la relación Nacht: Nächte con una formula algebraica a/b, donde a y b no son términos simples, sino que resulta cada uno de un conjunto de conexiones. La lengua, por decirlo así es un algebra que no tuviera más que términos complejos. Entre las oposiciones que abarca hay unas más significativas que otras; pero unidad y “hecho de gramática” no son más que nombres diferentes para designar aspectos diversos de un mismo hecho general: el juego de oposiciones lingüísticas. Tan cierto es esto, que se podría muy bien abordar el problema de las unidades comenzando por los hechos de gramática. Planteando una oposición como Nacht: Nächte, por ejemplo, nos preguntaríamos cuales son las unidades puestas en juego en esta oposición. ¿Son únicamente estas dos palabras o la serie entera de palabras análogas? ¿O bien a y ä ¿ ¿O todos los plurales y todos los singulares? etc.
     Unidad y hechos de gramáticas no se confundirían si los signos lingüísticos estuvieran constituidos por algo más que por diferencias. Pero siendo la lengua como es, de cualquier lado que se la mire no se encontrara cosa más simple: en todas partes y siempre este mismo equilibrio complejo de términos que se condicionan recíprocamente. Dicho de otro modo la lengua es una forma y no una sustancia.
Nunca nos percataremos bastante de esta verdad, porque todos los errores de nuestra terminología, todas las maneras incorrectas de designar las cosas de la lengua provienen de esa involuntaria suposición de que hay una sustancia en el fenómeno lingüístico.
            

EL SIGNO CONSIDERADO EN SU TOTALIDAD

EL SIGNO CONSIDERADO EN SU TOTALIDAD

        Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que diferencias. Todavía más: una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece, pero en la lengua solo hay diferencia sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el significado, la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes  al sistema linguistico, sino solamente diferencias conceptuales  y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que de idea o de materia fónica hay en un signo importa menos que lo que lo que hay a su alrededor en los otros signos. La prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con solo el hecho de que tal otro signo vecino haya sufrido una transformación.
     Pero decir que en la lengua todo es negativo solo es verdad en cuanto a significante y al significado tomados aparte: en cuanto consideramos el signo en su totalidad, nos hallamos ante una cosa positiva en su orden. Un sistema es una serie de diferencias de sonidos combinados con una serie de diferencias de ideas; pero este enfrentamiento de cierto número de signos acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del pensamiento engendra un sistema de valores; y este sistema es lo que constituye el lazo afectivo entre los elementos fónicos y psíquicos en el interior de cada signo. Aunque el significante y el significado, tomado cada uno aparte sean puramente negativos y diferenciales, su combinación es un hecho positivo; hasta es la única especie de hechos que importa la lengua,
Puesto que lo propio de la institución lingüística es justamente el mantener el paralelismo entre eso dos órdenes de diferencia.
     Ciertos hechos diacrónicos son muy característicos a este respecto: son los innumerables casos en que la alteración del significante acarrea la alteración de la idea, y donde se ve que en principio que la suma de las ideas distinguidas corresponde a la suma de los signos distintivos. Cuando dos términos se confunden por alteración fonética (por ejemplo, décrépit = decrepitus y décreépi de crispus), las ideas tenderán a confundirse también por poco que se presten a ello. Se diferencia un término por ejemplo chaise y chaire (dos variantes fonéticas de una misma palabra ‘silla’, del latín cathedra), infaliblemente la diferencia resultante tendera a hacerse significativa, por ejemplo, (en español conciencia y consciencia, cuyo significados se polarizan respectivamente en el terreno moral y en el coguoscitivo). Sin conseguirlo ni siempre ni en el primer intento. Inversamente, toda diferencia ideal percibida por el espíritu tiende a expresarse por significantes distintos, y dos ideas que el  espíritu deja de distinguir tienden a confundirse en el mismo significante.
     Cuando se comparan los signos entre sí – términos positivos-, ya que no se puede hablar de diferencia; la expresión seria impropia, puesto que no se aplica bien más que a la comparación de dos imágenes acústicas, por ejemplo padre y madre, o a la de las dos ideas, por ejemplo la idea ‘padre’ y la idea ‘madre’ dos signo que comportan un significado y un significante no son diferentes, solo son distintos. Entre ellos no hay más que oposición. Todo el mecanismo del lenguaje, de que se leeremos luego, se basa en oposiciones de este género y en las diferencias fónicas y conceptuales que implican.
     Lo que en verdad respecto al valor lo es también respecto a la unidad.
En un fragmento de la cadena hablada correspondiente a cierto concepto; uno y otro son de naturaleza puramente diferencial. Aplicado a la unidad, el principio, de diferenciación se puede formular así: los caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma. En la lengua, como en todo sistema semiológico, lo que distingue a un signo es todo lo que lo constituye. La diferencia es lo que hace la característica, como hace el valor y la unidad.
     Otra consecuencia, bien paradójica, de este mismo principio: lo que comúnmente se llama “un hecho de gramática” responde en último análisis a la definición de la unidad, porque expresa siempre  una oposición de términos; solo que esta oposición resulta particularmente significativa, por ejemplo la formación del plural alemán del tipo Nacht. Nächte. Cada uno de los términos enfrentados en el hecho gramatical (el singular sin metafonía y sin –e final, opuesto al plural con metafonía y con –e) está constituido por todo un juego de oposiciones en el seno del sistema; tomados aisladamente, ni Nacht ni Nächte son nada: luego todo es oposición. Dicho de otro modo se puede expresar la relación Nacht: Nächte con una formula algebraica a/b, donde a y b no son términos simples, sino que resulta cada uno de un conjunto de conexiones. La lengua, por decirlo así es un algebra que no tuviera más que términos complejos. Entre las oposiciones que abarca hay unas más significativas que otras; pero unidad y “hecho de gramática” no son más que nombres diferentes para designar aspectos diversos de un mismo hecho general: el juego de oposiciones lingüísticas. Tan cierto es esto, que se podría muy bien abordar el problema de las unidades comenzando por los hechos de gramática. Planteando una oposición como Nacht: Nächte, por ejemplo, nos preguntaríamos cuales son las unidades puestas en juego en esta oposición. ¿Son únicamente estas dos palabras o la serie entera de palabras análogas? ¿O bien a y ä ¿ ¿O todos los plurales y todos los singulares? etc.
     Unidad y hechos de gramáticas no se confundirían si los signos lingüísticos estuvieran constituidos por algo más que por diferencias. Pero siendo la lengua como es, de cualquier lado que se la mire no se encontrara cosa más simple: en todas partes y siempre este mismo equilibrio complejo de términos que se condicionan recíprocamente. Dicho de otro modo la lengua es una forma y no una sustancia.
Nunca nos percataremos bastante de esta verdad, porque todos los errores de nuestra terminología, todas las maneras incorrectas de designar las cosas de la lengua provienen de esa involuntaria suposición de que hay una sustancia en el fenómeno linguistico.
            

viernes, 21 de enero de 2011

EL VALOR LINGUISTICO CONSIDERADO EN SU ASPECTO MATERIAL

                 EL VALOR LINGUISTICO CONSIDERADO
EN SU ASPECTO MATERIAL

     Si la parte conceptual del valor está constituido únicamente por sus conexiones y diferencias con los otros términos de la lengua, otro tanto se puede decir de su parte material. Lo que importa en las palabras no es el sonido por sí mismo, sino las diferencias fónicas que permiten distinguir esas palabras de todas las demás, pues ellas son las que llevan la significación.
     Quizá esto sorprenda, pero en verdad ¿dónde abría la posibilidad de lo contrario? Puesto que no hay imagen vocal que responda mejor que otra a lo que se le encomienda expresar, es evidente, hasta a priori, que nunca podrá un fragmento de lengua estar fundado, en último análisis, en otra cosa que en su no-coincidencia con el resto. Arbitrario y diferencial son dos cualidades correlativas,
     La alteración de los signos lingüísticos patentiza bien esta correlación; precisamente  porque los términos a y b son radicalmente incapaces de llegar como tales hasta las regiones de las coincidencia – la cual no percibe perpetuamente más que la diferencia a/b-, cada uno de los términos queda libre de modificarse según leyes ajenas a su función significativa. El genitivo plural checo zen no está caracterizado por ningún signo positivo; sin embargo, el grupo de formas zena: zen funciona también como el zena: zen que le ha precedido, es que lo único que entra en juego es la diferencia de los signos; zena vale solo porque es diferente.
     Otro ejemplo que hace ver todavía mejor lo que hay de sistemático en este juego de las diferencias fónicas: en griego éphen es un imperfecto y estén un aoristo, aunque ambos están formado de manera idéntica; es que el primero pertenece al sistema del indicativo presente phemí ‘digo’  mientras que no hay presente stemí; ahora bien, la relación entre el presente y el imperfecto (deíknümi-edeíknün), etc. Estos signos actúan, pues, no por su valor intrínseco, sino por su posición relativa.
     Por lo demás, es imposible que el sonido, elemento material pertenezca por si a la lengua. Para la lengua no es más que una cosa secundaria, una materia que pone en juego. Todos los valores convencionales presentan ese carácter de no confundirse con el elemento tangible que les sirve de soporte. Así no es el metal de una moneda lo que fija el valor; un escudo que vale nominalmente cinco francos no contiene de plata más que la mitad de esa suma; y valdrá más o menos  con tal o cual efigie, más o menos a este o al otro lado de una frontera política. Esto es más cierto todavía  en el significante linguistico, en su esencia de ningún modo es fónico, es incorpóreo, constituido, no por su sustancia material, sino únicamente por las diferencias que separan su imagen acústica de todas las demás.
     Este principio es tan esencial, que se aplica a todos los elementos materiales de la lengua, incluido los fonemas. Cada idioma compone sus palabas a  base de un sistema de elementos sonoros, cada uno de los cuales forma una unidad netamente deslindada y cuyo número está  perfectamente determinado. Pero lo que lo caracteriza no es, como se podrá creer, su cualidad propia y positiva, sino simplemente el hecho de que no se confunden unos con otros. Los fonemas son ante todo entidades opositivas, relativas y negativas.
     Y lo prueban el margen y la elasticidad de que los hablantes gozan para la pronunciación con tal que los sonidos sigan siendo distintos unos de otros. Así en francés, el uso general de la r uvular (grasseyé) no impide a muchas personas usar la r apicoalveolar (roulé); la lengua no queda por eso dañada; la lengua no pide más que la diferencia, y solo exige, contra lo que se podría pensar, que el sonido que tenga una cualidad, que el sonido tenga una cualidad invariable. Hasta se puede pronunciar r francesa como la ch alemana de Bach, doch. La j española de reloj, boj, mientras que un alemán (que  tiene también la r uvular) no podrá emplear la ch como r, porque esa lengua reconoce los dos elementos y debe distinguirlos. Lo mismo, en ruso no habría margen para una t junto a una t’ (t mojada, de contacto amplio), porque el resultado sería el confundir dos sonidos diferentes para la lengua (el francés) govorit ‘hablar’ y govorit ‘él habla’, pero en cambio habrá una libertad mayor de lado de la th (t aspirada) , porque este sonido no está previsto en el sistema de los fonemas del ruso.
    Como idéntico estado de cosas  comprueban en ese otro sistema de signos que es la escritura, lo tomaremos como término de comparación para aclarar toda esta cuestión. De hecho:
     1º, los signos de la escritura son arbitrarios; ninguna conexión, por ejemplo, hay entre la letra t y el sonido que designa.
     2º, el valor de las letras es puramente  negativo y diferencial; así una misma persona puede escribir la t con variantes tales como

       t      A   x
     Lo único esencial es que ese signo no se confunda en su escritura con el de la l, de la d etc.
     3º, los valores de la escritura no funciona más que por su oposición reciproca en el seno de un sistema definido, compuesto de un número determinado de letras. Este carácter, sin ser idéntico al segundo, está ligado a él estrechamente, porque ambos dependen del primero. Siendo el símbolo gráfico arbitrario, poco importa su forma, o, mejor, solo tiene importancia en los limites impuesto por el sistema.

jueves, 20 de enero de 2011

EL VALOR LINGÜÍSTICO CONSIDERADO
EN SU ASPECTO CONCEPTUAL
     Cuando se habla del valor de una palabra, se piensa generalmente, y sobre todo, en la propiedad que tiene la palabra de representar una idea, y, en efecto, ése es uno de los aspectos del valor lingüístico. Pero si fuera así, ¿en qué se diferenciaría el valor de lo que se llama significación? ¿Serian sinónimas estas dos palabras? No lo creemos, aunque sea fácil la confusión, sobre todo porque está provocada menos por la analogía de los términos de la delicadeza de la distinción que señalan.
     El valor, tomado en su aspecto conceptual, es sin duda un elemento de la significación, y es muy difícil saber cómo se distingue la significación a pesar de estar bajo su dependencia.
     Sin embargo, es necesario poner en claro esta cuestión so pena de reducir la lengua a una simple nomenclatura. Todo queda entre la imagen auditiva y el concepto, en los límites de la palabra considerada como un dominio cerrado, existente por sí mismo.
      Puesto que la lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde el valor de cada uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros.
     Para responder a esta cuestión, consignemos primero que, incluso fuera de la lengua, todos los valores parecen regidos por ese principio paradójico. Los valores están siempre constituidos.
1º, por una cosa desemejante susceptible de ser trocadas por otra cuyo valor está por determinar;
2º, por cosa similares que se puedan separar con aquella cuyo valor está por ver.
     Estos dos factores son necesarios para la existencia de un valor. Así, para determinar lo que vale una moneda de cinco francos hay que saber: 1º, que se la puede trocar por una cantidad determinada de una cosa diferente, por ejemplo, del pan; 2º, que se la puede comparar con un valor similar del mismo sistema, por ejemplo, una moneda de un franco, con una moneda de otro sistema (un dólar, etc.). Del mismo modo una palabra puede trocarse por algo desemejante: una idea; además puede compararse con otra cosa de la misma naturaleza: otra palabra. Su valor, pues, no estará fijado mientras nos limitemos a consignar que se puede “trocar” por tal o cual concepto, es decir, que tiene tal o cual significación; hace falta además compararla con los valores similares, con las otras palabras que se le pueden oponer. Su contenido no está verdaderamente determinado más que por el concurso de lo que existe fuera de ella. Como la palabra forma parte de un sistema, esta revestida, no solo de una significación, sino también, y sobre todo, de un valor, lo cual es cosa muy diferente.
     Algunos ejemplos mostraran que es así como efectivamente sucede. El español carnero o el francés mouton pueden tener la misma significación que el inglés sheep, pero no el mismo valor, y eso por varias razones, en particular porque el hablar de una porción de comida ya cocinada y servida en a la mesa, el inglés dice mutton y no sheep. La diferencia de valor entre sheep y mouton o carnero consiste en que sheep tiene junto a sí un segundo término, lo cual no sucede con la palabra francesa ni con la española.
     Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se limitan recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tener miedo, no tienen valor propio mas que por su oposición; si recelar no existiera, todo su contenido iría a sus concurrentes. Al revés hay términos que se enriquecen por contacto con otros; por ejemplo, el elemento nuevo introducido en el uso argentino de latente (“un entusiasmo latente”) resulta de su coexistencia con latir (“un corazón latiente”). Así el valor de todo término está determinado por lo que lo rodea; ni siquiera de la palabra que significa ‘sol’ se puede fijar inmediatamente si no se considera lo que la rodea; lenguas hay en las que es imposible decir “sentarse al sol”.
      Lo que hemos dicho de las palabras se aplica a todo término de la lengua. Por ejemplo, a las entidades gramaticales. Así, el valor de un plural español o francés no coincide del todo con el de un plural sánscrito, aunque la mayoría de las veces la significación sea idéntica: es que el que el sánscrito posee tres números en lugar de dos (mis ojos, mis orejas, mis brazos, mis piernas, etc., estarían en dual); seria inexacto atribuir el mismo valor al plural en sánscrito y en español o francés, porque el sánscrito no puede emplear el plural en todos los casos donde es regular en español o en francés; su valor depende, pues, verdaderamente de lo que está fuera y alrededor de él.
     Si las palabras estuvieran encargadas de representar conceptos dados de antemano, cada uno de ello tendría, de lengua a lengua, correspondencias exactas para el sentido; pero no es así. El francés dice louer (une maíson) y el español alquilar; indiferentemente por tomar o dar en alquiler, mientras el alemán emplea dos términos: mieten y viermieten; no hay, pues, correspondencia exacta de valores. Los verbos schätzen y arteilen presentan un conjunto de significaciones que corresponden a bultos a las palabras francesas estimer  y juger, (estimar y jugar). Sin embargo, en varios puntos esta correspondencia falla.
     La flexión ofrece ejemplos particularmente notables. La distinción de los tiempos, que no es tan familiar; es extraña a ciertas lenguas; el hebreo ni siquiera conoce la distinción, tan fundamental, entre el pasado, el presente y el futuro: cuando se dice que lo expresan con el presente, se habla impropiamente, pues el valor de un presente no es idéntico en un germánico y en las lenguas que tienen un futuro junto al presente. Las lenguas eslavas distinguen regularmente dos aspectos del verbo: el perfectivo representa la acción en su totalidad como un punto fuera de todo desarrollarse; el imperfectivo la muestra en su desarrollo y en la línea del tiempo. Estas categoría presentan dificultades para un francés o para un español porque sus lenguas las ignoran: si estuvieran predeterminadas, no sería así. En todos estos casos, pues, sorprendemos en lugar de ideas dadas de antemano, valores que emanan del sistema. Cuando se dice que los valores corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferenciales, definidos no positivamente por su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros términos del sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que otros no son.
     Así quiere decir que en español un concepto ‘juzgar’ está unido a la imagen acústica juzgar; en una palabra simboliza la significación; pero bien entendido que ese concepto nada tiene de inicial, que no es más que un valor determinado por su relación con los otros valores similares, y que sin ellos la significación no existiría. Cuando se afirma simplemente que una palabra significa tal cosa. Cuando se atiene a la asociación de la imagen acústica con el concepto, se hace una operación que puede en cierta medida ser exacta y dar una idea de la realidad; pero de ningún modo se expresa el hecho lingüístico en su esencia y en su amplitud.  

miércoles, 19 de enero de 2011

                               EL VALOR LINGÜÍSTICO
LA LENGUA COMO PENSAMIENTO ORGANIZADO
EN LA MATERIA FÓNICA

     Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores puros, basta considerar los dos elementos que entran en juego en su funcionamiento: las ideas y los sonidos.
     Psicológicamente, hecha atracción de su expresión por medio de palabras, nuestro pensamiento no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han estado siempre de acuerdo en reconocer que, sin la ayuda de los signos, seriamos incapaces de distinguir dos ideas de manera clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es como una nebulosa donde nada está necesariamente delimitada. No hay ideas preestablecidas, y nada es distinto antes de la aparición de la lengua.
     Frente a este reino flotante, ¿ofrecen los sonidos por si mismos entidades circunscriptas de antemano? Tampoco. La substancia no es más fija ni más rígida; no es un molde a cuya forma el pensamiento deba acomodarse necesariamente, sino una materia plástica que divide a su vez en partes distintas para suministrar los significantes que el pensamiento necesita. Podemos, pues representar el hecho lingüístico en su conjunto, es decir, la lengua, como una serie de subdivisiones  contiguas marcadas a la vez sobre el plano indefinido de las ideas confusas y sobre el no menos indeterminado de los sonidos.
      El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico material para la expresión de las ideas; sino el de servir de intermediaria entre el pensamiento y el sonido, en condiciones tales que su unión lleva necesariamente al deslindamiento recíprocos de unidades. El pensamiento, caótico por naturaleza se ve forzado a precisarse al descomponerse. No hay, pues, ni materialización de los pensamientos, ni espiritualización de los sonidos, sino que se trata de ese hecho en cierta manera misterioso: que el “pensamiento-sonido” implica divisiones y que la lengua elabora sus unidades al constituirse entre dos masas amorfas.
     Imaginémonos al aire en contacto con una capa de agua: si cambia la presión atmosférica, la superficie del agua se descompone en unas series de divisiones, esto es, de ondas; esas ondulaciones darán una idea de la unión y, por así decirlo, de la ensambladura del pensamiento con la materia fónica.
     Se podrá llamar a la lengua el dominio de las articulaciones, cada término lingüístico es un miembro, un artículo donde se fija una idea a un sonido y donde un sonido se hace el signo de una idea.
     La lengua es también comparable a una hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el sonido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el otro; así tampoco en la lengua se podría aislar el sonido del pensamiento, ni el pensamiento del sonido; a tal separación solo se llegaría por una abstracción y el resultado sería hacer psicología pura o fonología pura.
     La lingüística trabaja, pues, en el terreno limítrofe donde los elementos de dos órdenes se combinan; esta combinación produce una forma, no una sustancia.
Estas miras hacen comprender mejor el arbitrario del signo. No solamente son confusos y amorfos los dos dominios  enlazados por el hecho lingüístico, sino que la elección que se decide por tal porción acústica para tal idea es perfectamente arbitraria. Si no fuera éste el caso, la noción de valor perdería algo de su carácter, ya que contendría un elemento impuesto desde fuera. Pero de hecho los valores singuen siendo enteramente relativos, y por eso el lazo entre la idea y el sonido es radicalmente arbitrario.
     A su vez lo arbitrario del signo nos hace comprender mejor por qué el hecho social es el único que puede crear un sistema lingüístico. La colectividad es necesaria para establecer valores cuya única razón de ser esta en el uso y en el consenso generales; el individuo por si solo es incapaz de fijar ninguno.
     Además, la idea de valor. Así determinada nos muestra cuán ilusorio es considerar un término sencillamente como la unión de cierto concepto, Definirlo así seria aislarlo del sistema del que forma parte; seria creer que se puede comenzar por los términos y construir el sistema haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de la totalidad solidaria para obtener por análisis que encierra.
     Para desarrollar esta tesis nos pondremos sucesivamente en el punto de vista del significado concepto (& 2), en el del significante (& 3), y en el signo total (& 4).
     No pudiendo captar directamente las entidades concretas o unidades de la lengua, operamos sobre las palabras. Las palabras sin recubrir exactamente la definición de la unidad lingüística, por lo menos dan de ella una idea aproximada que tiene la ventaja de ser concreta; las tomaremos, pues, como muestras equivalentes de los términos reales de un sistema sincrónico, y los principios obtenidos a propósito de las palabras serán validos para las entidades en general.

lunes, 17 de enero de 2011

Estado Sucre

SUCRE
       El estado Sucre tiene una superficie de 11.800 Km2. Su Capital es Cumaná. Fundado por Gonzalo de Ocampo en 1521. Está ubicado en la parte nororiental de Venezuela. Limita al norte con el Mar Caribe, al sur con los estados Anzoátegui y Monagas, al este con el Golfo de Paria, al oeste con el Golfo de Cariaco. El estado Sucre se divide en quince municipios y cincuenta y cuatro parroquias. Los municipios son: Andrés Eloy Blanco, Acosta, Andrés Mata, Arismendi, Benítez, Bermúdez, Bolivar, Cajigal, Cruz Salmerón, Libertador, Mariño, Mejía, Montes, Rivero, Sucre, y Valdez…LA HISTORIA…Nos dice que en la colonia el estado Sucre formó parte de la provincia de Nueva Anda Lucía o Provincia de Cumaná al separarse de la Nueva Granada, una de las once provincias en la que se dividió el territorio Venezolano fue Cumaná, que contiene el territorio del actual estado Monagas, hasta 1856 al adquirir la categoría de Provincia. En 1864 pasó a ser el estado independiente Cumaná; ese mismo año se fusionó con Monagas en el estado Nueva Anda Lucía, hasta 1874. En 1879 se crea el estado de Oriente formado por Cumaná, Maturin y Barcelona. Luego el estado paso a llamarse estado Bermúdez. En 1899 vuelve a ser estado independiente hasta 1904 cuando se restituye el estado Bermúdez. Pero desde el 1909 paso a denominarse estado Sucre en honor a su más ilustre hijo Antonio José de Sucre…FOLKLORE…La celebración de los Reyes, Velorio de Cruz de Mayo, Fiesta de Santa Inés, El Sebucán, El Pájaro Guarandol, El Carite, La Barca, La Burriquita y Los Carnavales Turísticos  de Carupano…GASTRONOMÍA...El estado Sucre se destaca por la preparación de los productos del mar como: sancocho de pescado, consomé de chipichipi, olleta, pescado frito, chucho frito, luria, escabeche, mejillones, tarkari de chivo, huevas de de lisa, empanadas de pescado, majarete, arroz con coco y el buñuelo…SITIOS DE INTERÉS…Los Parques Nacionales: El Guácharo, Mochima, Península de Paria, Turuepano, El Hervidero o los Azúfrales, Castillo de San Antonio de la eminencia, Iglesia de Santa Inés, Fortaleza de Santiago de León de Araya, Museo Gran Mariscal de Ayacucho, el poblado de Cariaco y el poblado de Cumanacoa entre otros.  

Los medios de comunicación en Venezuela

     LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN EN VENEZUELA

     El surgimiento de los medios de comunicación en Venezuela es relativamente reciente. En la época colonial,los medios utilisados para comunicarse eran las llamadas "postas" (mensajería de a pié oa caballo). La "era moderna" de la comunicación en el país se inicia el 29 de mayo de 1856 con la introducción del telégrafo electrico y cuya primera linea fue desarrollada entre Caracas y La Guaira.

     Sin embargo, el primer medio de comunicación social que incursiona  en Venezuela es la prensa, con la aparición de La Gaceta de Caracas, el 24 de Octubre de 1808. Después de los sucesos del 19 de Abril de 1810 se escuchaban indicios de libertad, y surgen una series de periódicos entre los que destacaron: El Semanario de Caracas (1810-1811), Le Patriota de Venezuela (1811-1812), El Mercurio Venezolano (1811), El Publicista de Venezuela (1811).

     El 27 de junio de 1818 Simón Bolivar publica el Correo del Orinoco, que apareció en Angostura (hoy Ciudad Bolivar), cuyo fin es defender y promover la causa independentista.
Durante todo el siglo XIX aparecieron muchos periódicos "politicos". De los diarios que actualmente existen en el país, que tienen sus raíces en los siglos pasados estan: La Religión, vocero de la iglesia católica, y fundado en 1890, Le sigue El Universal, fundado en 1909.